Las moléculas pueden acomodarse en estado sólido formando arreglos periódicos, extendidos, ocupando las tres dimensiones espaciales. A estos sistemas químicos se les conoce como cristales. Si el arreglo de las moléculas en un cristal es parecido al de una cadena, entonces se trata de una estructura unidimensional (1D). También existen estructuras bidimensionales (2D) con forma de sábana, e incluso estructuras con aspecto de caja que ocupan las tres tridimensiones (3D). El arreglo de las moléculas en el espacio determina las propiedades ópticas, eléctricas, térmicas y mecánicas de los materiales.
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La intuición que desarrollamos en la vida cotidiana resulta inútil y contraproducente cuando se trata de comprender el comportamiento del mundo cuántico, el cual descubrimos hace poco más de 100 años. El ámbito macroscópico actual, obedece unas reglas que son, por mucho, muy diferentes de las normas que obedecen partículas tan diminutas como los electrones. La evolución ha privilegiado la detección sensorial de las interacciones que se manifiestan, de alguna forma a nuestra escala, para responder a ellas usando nuestro cuerpo. Así, el mundo cuántico nos ha sido vedado: no se puede ver, oler, sentir, oír o gustar. Tropezamos con él gracias a que hemos conseguido extender la aplicabilidad de los cinco sentidos con aparatos de medición cada vez más sofisticados y precisos.
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La inmunología tiene su origen en el estudio de cómo el cuerpo nos protege frente a las enfermedades infecciosas causadas por microorganismos y otros parásitos. Sin embargo, el concepto fundamental que la define es su extraordinaria capacidad para distinguir entre lo propio y lo ajeno. Esta discriminación es la base para cómo los organismos se defienden de las amenazas y mantienen su salud.
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